Esto, sin lugar a dudas nos da una antesala de escorzos más elaborados, con una mayor perspectiva en sus horizontes y líneas convergentes, es decir, la notoriedad de la pintura italiana, o más bien uno de los tantos aportes, fue materializado por Massaccio con su obra El Tríptico de San Juvenal, que de hecho fue descubierta por el biógrafo de Masaccio, Giorgio Vasari, hasta 1961. Se cuenta que la obra se encontró en un deplorable estado, pero con lugar a recuperación posterior.
La temática de la pintura es de un fuerte matiz religioso, empezando por reconocer a los personajes que deambulan en el escorzo: tenemos al lado izquiero a San Bartolomé, a veces este representado con un cuchillo aludiendo a su martirio; siguiendo, San Blas, patrono de los enfermos de la garganta; En el centro a la Virgen resguardada con el niño; al lado derecho, tenemos a San Juvenal, reconocido como el médico africano; y por último, a San antonio Abad, fundador del movimiento eremítico (Sí, ascetas solitarios que se infundían castigos corporales para expiar pecados) De hecho este último es tan reconocido, que ahora, desde donde su servidor escribe, vivo en una calle que lleva el nombre de este santo; transitadísima, de hecho.
Antes que nada, lo sorprendente de la pintura, como comentaba mucho más arriba es la particularidad de utilizar leyes matemáticas para recrear escenas sin parangón. Por ejemplo, existen pequeños detalles que nunca antes se habían utilizados como las perspectivas cónicas, que hacen que el fresco tenga una apariencia más realista y cada vez se funde más con nuestra realidad, pese al estado algo desgastado. Más allá de ese detalle austral, tenemos la influencia significativa de Brunelleschi conforme a este técnica tan profesional y con una elaboración digna de pocos artistas.
Otra factor que agranda esta obra es el famoso recurso incrustado en las lineas ortogonales, que al final confluyen en entre sí, que lleva el nombre técnico de puntos de fuga, no son nada más y nada menos que esas líneas horizontales que se unen, conviven entre sí y parece como si llegaran a tocarse, pero al final nunca se lleva a cabo. Naturalmente, estos factores tambíen tienen como recursos la utilización de hasta 2 ó 3 puntos de fuga, pues esto le da recreatividad y un arista de realismo y subjetividad en las expresiones. Es decir que los causantes geométricos están colocados de manera cuidadosa. Un ejemplo de esto es la perspectiva: ninguna figura es desproporcionada según su posición, y tampoco están desubicadas según sus agarres. El pavimento, las líneas que nacen de este, se unen en el centro de las manos de la Virgen que sostiene al niño.
Ni hablar de los colores y los sayos que generan ese ambiente tan sacro y representativo del Quattrocento. Esta pintura me recuerda bastante al Ruso Andrei Rubliov y su famoso obra La trinidad; guardan tantos paralelismo con El Tríptico como si los mismos hubieran pintado tales.
El Tríptico no puede pasar como una obra religiosa aburrida, ya que cuenta con historia matemática de mucho jugo; los personajes en su simbología de Eucaristia me generan una tranquilidad muy placentera. Y al cabo de un rato, imprimí la imagen en la mejor definición para colocarla en las paredes de mi cuarto y acordarme de todos estos santos, y la hermosura que tienen su oblongas caras despreocupadas, como si nos dieran un halo esperanzador, ya sea del lado espiritual o no, me genera una indecible paz. Obra imperdible.
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